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miércoles, 15 de febrero de 2017

LITERATURA: El olvido de si por Emiliano Pardavila



Nadie nunca se había sentido tan sola, tan olvidada, tan arrojada a un vacío sin fin. Tenía la sensación de haber sido extirpada de la  memoria del mundo, sus brazos temían no volver a cobijar a nadie y eso le dolía.
No sabía como explicar que había sucedido en el mundo, qué mal le había hecho a esta gente que sin más la había desterrado. En su interior se preguntaba ¿Por qué? ¿Por qué a mi y no a cualquier otra cosa? ¿Por qué tuve que ser yo la condenada a tan cruel destino? Sus lágrimas caían sin cesar sobre la tierra, ya nadie se le acercaba. Aunque, pese a todo, muchos la nombraban, tenia la certeza que aquello solo eran soplos de voz y nada más.
Por un tiempo, mucho más que un tiempo, fue una gran fuente de deseo, no simplemente por su belleza, que de hecho la conservaba, sino por su poder y valentía. Porque las esperanzas que emanaba encantaba a hombres y mujeres, todos la querían por igual. Y en cuanto se enamoraban de ella, sus vidas cobraban un sentido extraordinario, la felicidad les hinchaba  el pecho, el orgullo enrojecía su sangre y su encanto resplandecía en todas las miradas. Sin más ni más los hacía felices.
Fue musa de genios varios, hombres y mujeres que con tesón la abrazaban y la hacían suya de a trocitos. Vivían y morían por esos trocitos.
Pero, de un día para el otro, ella desapareció de sus mentes, éstas se ensombrecieron, perdieron el talento, la inspiración y se volvieron mustias, tímidas, tristes, una mierda de principio a fin.
Y eso la destruía, se sentía culpable, buscaba en su interior una y otra vez la causa primera y última de su desdicha. Y se mortificaba, hasta ponerse a tiro de la muerte. Pese a los siglos que cargaba sobre su espalda, era joven, gozaría  hasta el fin de los días, de una juventud plena y vital. Pero eso estaba cambiando, se arrugaba, se destruía a si misma y a su destino. La culpa era una carga para la cual no estaba hecha, y ahora era su única carga.
Algunas veces se levantaba de ánimo, intentaba con un gran esfuerzo volver a ser quien había sido, pero todo era en vano, algo se le escapaba y no lograba entender qué, ni por qué.
Así fue pasando el tiempo y cada vez se sentía más sola, por lo que se le fue contagiando el desapego que los otros tenían para con ella y el simple marchitarse que eso conllevaba. Por lo tanto trató de reinventarse y ver como sentía no desearse, para refugiarse en lo que el mundo se refugiaba.
El nuevo refugio del mundo era estático, parapléjico, la quietud por los siglos de los siglos de todo, la ausencia de deseo de vida, un crimen de lesa humanidad,”seguridad” lo llamaban los analistas, e incluso las personas comunes. Es decir, la ausencia de riesgo, algo que efectivamente es contra natura.
Allí creyó sentirse mejor, hasta casi logro volver a reír, pero era una risa estéril, superficial, provocada por la simple contracción  involuntaria de los músculos, era una mueca, que por momentos aterraba.
Atravesaba uno a uno los cuerpos de hombres y mujeres, como un fantasma, y solo lograba ver agujeros sin fin. No había nada tras las pieles, solo espacios huecos, que ya no podían contener nada, especie de coladores de carne y hueso, donde todo se escurría sin ningún encanto particular.
Ella ya no tenía esperanzas. La esperanza incluso empezaba a recorrer idéntico camino, perdiéndose a si misma. Ambas solían viajar juntas, y ahora nuevamente lo hacían pero, ¿hacia qué?, ¿hacia  donde? No parecía haber nada bueno en el horizonte.
Sus poderes eran enormes, pero por naturaleza propia, ni una ni otra podían imponerse, no funcionaba así. Debían ser queridas, anheladas por las almas, para dejar ser a su potencial, a sus encantos. Pero ya ni entre ellas se pensaban, y la debilidad las iba arrastrando, a espectros sin sentido.
El mundo social se festejaba a si mismo, en un coma profundo, en una pasividad total. Festejaban, inconscientes, la muerte de ellas, sentían felicidad de haberlas perdido y de cubrir su ausencia con Dios, la patria y la seguridad.
Hombres y mujeres grises se empujaban al suicidio y las empujaban al suicidio a ellas, que sin comerla ni beberla, se esfumaban en la costumbre, en una angustia sin llanto, en un no ser eterno.
Si al menos uno o una las deseara realmente, las convirtiera en su camino, quizás entonces la humanidad perdiera su animalidad civilizatoria, para dejarse arrastrar, narcotizada, por el anhelo…
Pero ¿quién en medio del derrumbe tendrá el coraje de abandonar el refugio? Pero ¿quienes tendrán la sabiduría de no salvarse, en los tiempos de salvarse a cualquier costo? ¿Quienes rescataran el recuerdo de entre la amnesia colectiva? No parece haber ni uno ni varios, el hierro se ha hecho de todo y de todos, hasta ha podido rodear el verde, limitarlo, condenarlo al mito, a la leyenda.
Mientras ellas, la libertad y la esperanza, vagabundean, de hombre en mujer, de mujer en hombre, sin sorpresas, sin ser ellas mismas, hasta incluso llegan a ser presas del hierro en algunas mentes, encerradas y crucificadas ante el altar de la seguridad, de dios, y del no me acuerdo.
Van como parias en un mundo que quisieron evitar, en un mundo que ya no es mundo, en un mundo que huele a cárcel mortal, a la trampa despiadada de la dominación y la quietud, en un mundo al que la propia humanidad se ha condenado en su propio olvido, que no es ni más ni menos que el olvido de ellas.
Todo parece estar echado. El destino inevitable levanta sus barreras, sus largas y pesadas murallas, para evitar que se filtren, para dejarles el vacío como único reino, reino singular y esclerótico, reino sin vida, reino para quienes odian a los reinos y a los reyes, al poder y a los poderosos, a las hogueras y a las cruces, a los ejércitos y a las naciones, a las fronteras y a las banderas. Para que a si mismas se olviden y se arrastren solo como soplos de voz ante la nueva señora del mundo de los esclavos: la seguridad. 
Pero nunca se sabe, quizás después de este tiempo venga otro tiempo, en que la espera desespere hasta a los más tibios, en el cual los vivos se cansen de ser muertos, y nuevamente las anhelen, las vivan, las gocen, se vivan y se gocen. Y entonces el recuerdo rompa las cadenas y condene a los carceleros a abrir las celdas que tanto gusto les dio cerrar, a los ganadores a perder, a los ricos a no tener y a todos a festejar el riesgo que implica vivir.


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